Saturday, October 20, 2018

Luis González y González (1925-2003) La historia como novela verdadera


Por: Francisco de la Guerra

Uno de los grandes méritos del historiador mexicano Luis González y González, recién fallecido el pasado 13 de diciembre, fue prestar oídos y voz a las voces de la tradición oral, como fuentes de una historia cotidiana y popular tradicionalmente ignorada por las grandes corrientes de la historiografía, sobre todo por las estructuralistas, que en busca de las grandes leyes del acontecer humano descuidaron éste a cambio de modelos y esquemas más o menos rígidos. Coherentes con su ejemplo, recordamos una anécdota según la cual el historiador contaba que no leía novelas porque en su casa no les gustaban las mentiras, episodio curioso, pues González y González estuvo casado con la escritora Armida de la Vara, “fiel colaboradora en la procreación de seis criaturas y veinticuatro libros”, y fue amigo del escritor jalisciense Juan Rulfo. Si la anécdota evocada aquí es equivocada en sus detalles (por los problemas consabidos de la memoria, de la fidelidad histórica y de las fuentes), lo cierto es que en ella se expresa el problema central y actual de la relación entre literatura e historia –entre la novela histórica y la historia, en particular–, la primera entendida por González y González como falsificación y la otra como testimonio verídico de la realidad, pero cuyos caminos narrativos, ya lo ha dicho Arthur C. Danto, se cruzan en tiempos antiguos.
En coincidencia con las ideas sobre historia y narración de Danto (1989), Luis González y González analiza en “El regreso de la crónica”, ponencia de sugerente nombre, la relación entre mentira y verdad, e identifica seis especies de historia: la crónica mayor o historia narrativa, la “vetusta historia edificante”, la historia ciencia, la historiometría, la historiología y la historia novelada, de entre las cuales, opta por la primera.
González y González se muestra sumamente crítico con los resultados de la práctica histórica y, por ejemplo, de aquella que ha clasificado como “edificante”, señala que suele ser “nauseabunda” aunque en ocasiones la guíe un propósito noble –reforzar los valores nacionales, por ejemplo–, pues juzga y enseña el pasado en beneficio del presente y del futuro, que por lo general responden a una concepción oficial e interesada de la historia postulada por un grupo, religión, país o gobierno.
Del caso de la historia ciencia, González y González señala que por su incapacidad para acceder a las pruebas documentales, ésta se ha ido convirtiendo en ‘literatura’, en ficción, en especulaciones, a partir de teorías que explican los hechos antes de investigarlos:
La literatura fantástica a la que algunos reducen las filosofías de la historia está a punto de ser suplida por la novela histórica. Algunos historiadores educados para ser científicos o cuantitivistas se han vuelto amantes de la ficción en la historia. Se ha dado en suponer que las acciones corruptas y secretas y de la vida privada, que rara vez se prueban documentalmente, sólo se pueden decir con subterfugios novelescos, únicamente cabe historiarlas poniéndoles nombres ficticios a los actores, haciéndoles dialogar e imaginando ideas, actitudes y conductas de las que no se tienen pruebas escritas, testimonios firmes, fotos y audios, que sí altas probabilidades de corresponder al pensamiento y a la acción de los protagonistas de carne y hueso. La historia novelada y la novela histórica se hacen y consumen en forma creciente... (González y González, 1995).
Ante esa tendencia que se aleja de la verdad histórica y se aproxima a la literatura, entendida ésta, por el momento, como invención, fantasía o imaginación, González y González postula, paradójicamente, lo que llama crónica mayor o historia narrativa, una práctica que, aceptando el influjo del estilo literario en la escritura histórica –es decir, de la narrativa de ficción– debe llevar –dice siguiendo a su maestro Daniel Cosío Villegas– a la elaboración de “novelas verdaderas”, además de convertir a los historiadores en “hacedores de novelas verídicas”.
Para Cosío Villegas –señala González y González– “un libro de historia debía ser una no-vela con protagonistas y hechos ciertos, una novela verdadera” (González y González, 1995).
Desde luego, esta aspiración contradice en parte la idea de que la novela miente, o que miente deliberadamente, aunque se refiera sólo a la influencia que el estilo narrativo de la novela debe tener en la escritura de la historia. A menos que esta idea pretenda la extinción del novelista, por ejemplo, o que éste deje de inventar situaciones para dedicarse a investigar y escribir por obligación sobre hechos verdaderos. Quizás el dilema para los historiadores radique en cómo adquirir ese estilo sin leer novelas, y si las leen, en cómo evitar caer bajo el influjo de “los cuenteros”, como ha ocurrido con muchos novelistas cuya formación es la de historiadores.
La relación entre literatura e historia es antigua, como lo muestran una serie de textos, sobre todo aquellos producidos en épocas lejanas, que oscilan entre una u otra disciplina –dependiendo de lo que sus lectores busquen en ellos–, con independencia del papel que tales escritos debían cumplir en el tiempo de su elaboración; sin embargo, su problematización, a partir de sus diferencias, es relativamente moderna. En el caso de la antigüedad, las fronteras entre una y otra práctica narrativa se confunden. Si un historiador, por ejemplo, indaga sobre la guerra de Troya, no tendrá documentos más antiguos para sustentar sus teorías que La Iliada, de Homero, texto clasificado en la actualidad como un poema épico. Para un historiador riguroso, se tratará de un documento bastante defectuoso por ese carácter literario; sin embargo, tendrá que reconocer, no obstante, mitos y leyendas, que es el texto más informativo sobre esa guerra. Algo similar ocurre con el tema de la conquista de América: las fuentes principales, las crónicas de los conquistadores, frailes e indígenas, a pesar de su tono literario y épico, tienen también un propósito testimonial, es decir, poseen un “núcleo histórico”.
Por esa razón, es curiosa la manera en que González y González plantea el retorno de la crónica, crónica mayor o historia narrativa, como la llama, al oficio de historiar, ya despojada de su carácter mítico y ficcional, pero no de su identidad narrativa.

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